Cocinar para recordar, compartir para no olvidar.


Mi pasión por la cocina nació entre cazuelas y cucharones, cuando apenas levantaba un palmo del suelo y ya me colaba en la cocina de mi madre dispuesto a “ayudar”. Lo que para ella era un caos (harina por el suelo, huevos rotos antes de tiempo, cucharas desaparecidas) para mí era pura magia. Allí, entre aromas familiares y recetas contadas al oído, empecé a entender que cocinar no era solo preparar comida, sino tejer recuerdos. Como la receta de rollos fritos, que aprendí de mi tía, una mujer de las de pueblo de toda la vida. De esas que cocinan con delantal, voz firme y manos sabias. Si le preguntabas por cantidades, te respondía con vasos, puñados o “lo que pida la masa”. Con ella entendí que la cocina también es intuición, cariño y memoria compartida.

Los primeros intentos fueron, como era de esperar, un desastre. Pero nunca me rendí. Cada fracaso era una historia más que contar, una lección más que saborear. Con el tiempo, ese niño curioso se convirtió en un aficionado a la cocina que sigue buscando ese sabor que te transporta a casa.

Muchas de las recetas que comparto aquí vienen de aquellos días en los que empecé a subir platos a mi primer blog, con fotos hechas a la carrera y sin más luz que la del mediodía en la ventana. Hoy, esta web es la evolución de aquel rincón improvisado, y aunque la calidad de las fotos ha mejorado, la esencia sigue siendo la misma: cocinar con alma, con memoria y con ganas.